domingo, 11 de noviembre de 2012

EL ULTIMO NEANDERTAL




Esta reconstrucción de hembra de neandertal incorpora los resultados de años de investigación.
Los neandertales han soportado durante muchos años la imagen estereotipada de unos seres cavernícolas rudos y sucios. La propia palabra connota a veces cierto significado peyorativo. Pero examinemos la cuestión de cerca.
En primer lugar, en el reportaje de este mes, Stephen Hall apunta que su cráneo de frente tosca albergaba un cerebro cuyo volumen era ligeramente mayor que el nuestro. Pero la prueba más clara de que tal vez nuestros parientes prehistóricos estaban más desarrollados de lo que se creía fue descubierta en una cueva francesa próxima a Arcy-sur-Cure, donde se desenterró un hueso de neandertal en una capa de sedimentos que también contenía objetos ornamentales, como dientes de animal perforados y anillos de marfil. Más tarde, los cientfficos Francesco d'Errico y Marie Soressi analizaron cientos de fragmentos de dióxido de manganeso de Pech de I'Azé, otra cueva francesa donde vivieron los neandertales, y sugirieron que ese material era un pigmento negro que éstos utilizaban para decorarse el cuerpo.
Desde la perspectiva de un profano, hay más de «humano» en simples objetos como un diente perforado de animal o un anillo de marfil, que en cualquier cráneo o fémur fosilizado. El portador del anillo, del diente o del tatuaje corporal no necesitaba de esas manifestaciones decorativas para sobrevivir, sino de las puntas de lanza y las raederas de piedra. Sin embargo, los objetos ornamentales hallados en estos yacimientos demuestran que los neandertales eran seres capaces de crear.Al parecer, buscaban algo más que la mera supervivencia. Querían distinguirse. Querían decorarse. A la postre, la distancia entre el pasado remoto y el momento presente no es tan grande


Por Stephen S. Hall
En marzo de 1994, unos espeleólogos que exploraban un extenso sistema de cuevas en el  Principado de Asturias iluminaron con sus linternas una pequeña galería lateral y descubrieron dos mandíbulas humanas que sobresalían del suelo arenoso. La cueva, llamada El Sidrón, se encuentra a cierta altitud en un apartado bosque de castaños. Los excursionistas supusieron que los huesos datarían de la época de la guerra civil, cuando los republicanos usaron El Sidrón para esconderse de las fuerzas de Franco, y dieron parte a la Guardia Civil. Pero cuando las fuerzas policiales inspeccionaron la galería, descubrieron que los restos correspondían a una tragedia mucho mayor, y, como se vería posteriormente, mucho más antigua.
En unos días, Los agentes habían desenterrado alrededor de 140 huesos, y un juez dispuso que fueran enviados al Instituto Anatómico Forense de Madrid. Cuando los científicos terminaron sus análisis, casi seis años después, España tenía sobre la mesa el caso sin resolver más antiguo de su país. Los huesos de El Sidrón no eran de soldados republicanos, sino fósiles de un grupo de neandertales que vivieron, y quizá murieron violentamente, hace alrededor de 43.000 años.
El lugar del hallazgo los sitúa en una de las encrucijadas geográficas más importantes de la prehistoria, y la fecha los coloca en el epicentro de uno de los enigmas más fascinantes de la
evolución humana.
Los neandertales, nuestros parientes prehistóricos más cercanos, dominaron Eurasia a lo largo de casi 200.000 años. Durante ese tiempo, husmearon con sus anchas y protuberantes narices todos los rincones de Europa, y más allá: al sur, por toda la costa del Mediterráneo, desde el estrecho de Gibraltar hasta Grecia e Iraq; al norte, hasta Rusia; al oeste, hasta Gran Bretaña, y al este, casi hasta Mongolia. Se calcula que incluso en el apogeo de la ocupación neandertal de Europa occidental, probablemente su población total nunca superó los 15.000 individuos. Aún así lograron resistir, incluso cuando el enfriamiento del clima convirtió gran parte de su territorio en algo parecido a lo que hoy es el norte de Escandinavia: una tundra fría y desolada, con un pálido horizonte interrumpido por unos pocos árboles y una cantidad de líquenes apenas suficiente para contentar a los renos.
Sin embargo, en la época de la tragedia de El Sidrón, los neandertales se hallaban acorralados por un clima cada vez más hostil, probablemente aislados en la península Ibérica, reducidas áreas de Europa central y el sur del Mediterráneo, y presionados por la expansión hacia el oeste de los humanos anatómicamente modernos en su migración desde África hacia Oriente Medio e incluso más lejos. Unos 15.000 años después, los neandertales habían desaparecido para siempre, dejando tras de sí algunos huesos y muchas preguntas sin responder. ¿Eran una estirpe de supervivientes ingeniosos y perseverantes, como nosotros, o sus deficiencias cognitivas los llevaron a un callejón sin salida? ¿Qué sucedió durante ese período, hace entre 45.000 y 30.000 años, cuando los neandertales compartieron algunas zonas del paisaje eurasiático con los humanos modernos emigrados desde África?¿ Por qué una especie humana sobrevivió y la otra desapareció?
Una mañana de septiembre de 2007, estaba yo ante la entrada de El Sidrón con Antonio Rosas, del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, director de la investigación paleoantropológica.


Uno de sus colegas me dio una linterna y bajé con cuidado al pozo oscuro. Conforme mi vista se adaptaba a la oscuridad, empecé a distinguir los fantásticos contornos de la cueva cárstica. Un río subterráneo había abierto un profundo surco, formando una cavidad de piedra caliza de cientos de metros de extensión, con galerías laterales que se ramifican hacia una docena de salidas. Tras caminar diez minutos por la cueva, llegué a la galería del Osario. Allí se han descubierto desde el año 2000 unos 1.500 fragmentos de huesos, que constituyen los restos de al menos nueve neandertales: cinco adultos jóvenes, dos adolescentes, un niño de unos ocho años y otro de tres. Todos presentan signos de estrés nutricional en los dientes, algo usual en los jóvenes neandertales hacia el final de la existencia de su especie. Pero una fatalidad mucho más trágica quedó grabada en sus huesos. Rosas me mostró el fragmento de un cráneo y otro de un hueso largo del braw, ambos con los bordes astillados.
<<Estas fracturas fueron hechas por humanos -me dijo Rosas- . Quiere decir que estos tipos buscaban el cerebro y la médula de los huesos largos.>> Además de las fracturas, las incisiones que los utensilios de piedra dejaron en los huesos indican claramente que los individuos fueron canibalizados. Pero fueran quienes fuesen los que comieron su carne, e independientemente de los motivos que tuvieran para hacerlo (¿hambre? ¿ritual?), el destino deparó a aquellos restos otro tipo de inmortalidad. Poco después de que los nueve individuos murieran (posiblemente días), el suelo donde reposaban sus restos cedió de repente, evitando que las hienas y otros depredadores los dispersaran. Una mezcla de huesos, sedimentos y piedras se precipitó 20 metros y rellenó una cámara caliza hueca que había debajo.
Allí, preservadas por arena y arcilla y por la temperatura constante de la cueva, y protegidas en sus cofres de hueso mineralizado, sobrevivieron unas pocas y valiosas moléculas del código genético de los neandertales, aguardando el momento de su hallazgo, reconstrucción y análisis que ofrecerían pistas sobre la vida de aquella gente, y sobre el motivo de su desaparición.

EL PRIMER INDICIO de que la nuestra no fue la primera estirpe humana en habitar Europa salió a la luz hace un siglo y medio en Alemania, a unos 13 kilómetros de Düsseldorf. En 1856, unos operarios que extraían piedra caliza de una cueva situada en el valle de Neander descubrieron la parte superior de un cráneo de entrecejo prominente y varios huesos de piernas y brazos más gruesos de lo habitual. Desde el principio, recayó sobre los neandertales el estereotipo cultural de cavernícolas brutales y de pocas luces. El tamaño y la forma de los fósiles sugiere un físico achaparrado y robusto (los individuos de sexo masculino medían alrededor de 1,60 metros y pesaban unos 84 kilos), con grandes músculos y una amplia caja torácica que presumiblemente daba cabida a unos pulmones de gran capacidad.
El paleoantropólogo Steven E. Churchill, de la Universidad Duke, calcula que para mantener esa masa corporal en un clima frío, un neandertal macho necesitaría hasta 5.000 Calorías al día, más o menos lo que quema a diario un ciclista en el Tour de Francia. Sin embargo, detrás de sus protuberantes arcos superciliares, el cráneo escasamente abovedado de los neandertales albergaba un cerebro cuyo volumen era ligeramente superior al nuestro. Y si bien sus herramientas y armas eran más primitivas que las de los humanos modernos que los suplantaron en Europa, no eran menos elaboradas que los utensilios fabricados hacia la misma época por los humanos modernos que vivían en África y Oriente Medio.
Una de las controversias más prolongadas y candentes en torno a la evolución humana es la que aborda la cuestión de la relación genética entre los neandertales y sus sucesores europeos. Los humanos que empezaron a emigrar de África hace unos 60.000 años, ¿barrieron y reemplazaron por completo a los neandertales, o se cruzaron con ellos? En 1997, esta última hipótesis recibió un duro golpe de manos del genetista Svante Pääbo (entonces en la Universidad de Munich), para lo cual usó un hueso del brazo del hombre de Neandertal original. Pääbo y sus colegas extrajeron del espécimen de 40.000 años un diminuto fragmento de 378 letras de ADN mitocondrial (una especie de breve apéndice genético, añadido al texto principal que hay en cada célula). Cuando leyeron las letras del código, observaron que las diferencias entre aquel ADN y el de los humanos vivos sugerían que la divergencia entre el linaje de los neandertales y el de los humanos modernos había comenzado mucho antes de la migración de estos últimos desde África. Así pues, los dos linajes representan ramas separadas, tanto desde el punto de vista geográfico como en el aspecto evolutivo, de un antepasado común. «Al norte del Mediterráneo, aquel linaje ancestral dio paso a los neandertales - dice Chris Stringer, director de la investigación sobre los orígenes del ser humano en el Museo de Historia Natural de Londres-, y al sur, a nosotros.» Si luego hubo algún cruce genético cuando se encontraron, debió de ser muy esporádico, pues no dejaron huellas de ADN mitocondrial de neandertal en las células de los humanos actuales.
Los estudios de Pääbo han confirmado al parecer que los neandertales fueron una especie separada, pero no han aclarado por qué ellos se extinguieron y nuestra especie sobrevivió.
Una posibilidad evidente es que los humanos modernos fueran simplemente más inteligentes, más avanzados, en pocas palabras, más «humanos». Hasta hace poco los arqueólogos señalaban que se había producido un «gran salto adelante» hace unos 40.000 años en Europa, cuando la relativamente estancada industria lítica de los neandertales (llamada musteriense, por el yacimiento de Le Moustier, en el sudoeste de Francia) dio paso a la variada serie de utensilios de piedra  y hueso, ornamentos corporales y otros signos de expresión simbólica que se asocian con la aparición de los humanos modernos. Algunos científicos, como el antropólogo Richard Klein, de la Universidad Stanford, siguen sosteniendo que debió de producirse algún cambio genético espectacular en el cerebro (posiblemente relacionado con alguna novedad en el lenguaje) que llevó al predominio cultural de los primitivos humanos modernos a expensas de sus predecesores de entrecejo prominente.
Pero las pruebas materiales halladas no son tan concluyentes. En 1979 los arqueólogos descubrieron
en Saint -Césaire, en el sudoeste de Francia, un esqueleto neandertal tardío que no estaba rodeado de los elementos musterienses habituales, sino de un repertorio de utensilios sorprendentemente modernos. En 1996, Jean-Jacques Hublin, del Instituto Max Planck de Leipzig,Fred Spoor, del University College de Londres, identificaron un hueso de neandertal en otra cueva francesa, cerca de Arcy-sur-Cure, en un estrato de sedimentos que también contenía objetos ornamentales hasta entonces asociados únicamente con humanos modernos, entre ellos un diente de animal perforado y anillos de marfil. Algunos paleoantropólogos, como el británico Paul Mellars, restan importancia a los «accesorios ornamentales» en un estilo de vida esencialmente arcaico y los califican de «coincidencia improbable»: un último episodio de comportamiento imitativo por parte de los neandertales
antes de ser reemplazados por los inventivos intrusos llegados de África. Pero más recientemente,
Francesco d'Errico, de la Universidad de Burdeos, y Marie Soressi, también del Instituto Max
Planck de Leipzig, analizaron cientos de fragmentos de dióxido de manganeso semejantes a ceras para colorear procedentes de una cueva francesa llamada Pech de lÁzé, donde vivían neandertales mucho antes de que los humanos modernos llegaran a Europa. D'Errico y Soressi sostienen que los neandertales usaban el pigmento negro para decorarse el cuerpo, lo que demostraría que eran totalmente capaces de llegar por sí solos a la «conducta moderna». «En la época de la transición biológica el comportamiento básico  de los dos grupos) es básicamente el mismo, y las diferencias, muy sutiles», dice Erik Trinkaus, de la Universidad Washington, en San Luis. El paleoantropólogo cree muy probable que neandertales y humanos modernos se cruzaran ocasionalmente, e incluso ve  evidencias de ello en algunos fósiles, como el esqueleto de 24.500 años de un niño pequeño descubierto en el yacimiento portugués de Lagar Velho, y el cráneo de 32.000 años de Muierii, en Rumania. «Había pocos habitantes en el territorio, y encontrar pareja era una necesidad», dice Trinkaus.
Otros investigadores opinan que pudo ocurrir,pero no a menudo, ni de una forma que haya dejado pruebas tangibles. Katerina Harvati, otra investigadora del Max Planck, se ha basado en mediciones tridimensionales de fósiles de neandertales y de humanos modernos primitivos para predecir el aspecto que tendrían los híbridos de ambos. Ninguno de los fósiles analizados hasta ahora coincide con sus predicciones. El desacuerdo entre Trinkaus y Harvati no es el primero entre dos prestigiosos paleoantropólogos que analizan los mismos huesos y sacan conclusiones opuestas. El debate sobre el significado de la anatomía de unos fósiles siempre tendrá un papel destacado en el conocimiento de los neandertales. Pero ahora hay otras maneras de «traerlos a la vida».
DOS DÍAS DESPUÉS de mi primer descenso a la cueva de El Sidrón, Araceli Soto Flórez, estudiante
de posgrado de la Universidad de Oviedo, encontró otro hueso de neandertal, probablemente un fragmento de fémur. Bajo la atenta mirada de Antonio Rosas y del biólogo molecular Caries
Lalueza- Fox, extrajo con delicadeza el hueso del suelo, lo introdujo en una bolsa de plástico esterilizada y depositó la bolsa en una nevera portátil. Tras una breve parada en el congelador de un hotel, en la cercana localidad de Villamayo, el trozo de fémur llegó finalmente al laboratorio de Lalueza-Fox, en el Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona. Su interés no era la anatomía de la pierna ni lo que el fémur pudiera revelar acerca de la locomoción de los neandertales. Sólo lo quería para extraer ADN.
El canibalismo prehistórico ha resultado ser muy útil para la moderna biología molecular. Al rascar un hueso para quitarle toda la carne, se eliminan también los microorganismos cuyo ADN contaminaría de otro modo la muestra. Los huesos de El Sidrón no son los que han permitido recuperar más ADN de los fósiles de neandertal (ese honor corresponde a un espécimen de Crocia, también canibalizado), pero hasta ahora son los que han ofrecido más información sobre la apariencia y la conducta de los
neandertales. En octubre de 2007, Lalueza-Fox, Holger Rompler, de la Universidad de Leipzig, y sus colegas anunciaron que habían aislado un gen de la pigmentación en el ADN de un individuo de El Sidrón (y también en otro fósil de neandertal de Italia). La forma particular del gen observado, llamado MC i R, indicaba que al menos algunos neandertales pudieron ser pelirrojos, de piel clara y, posiblemente, pecosos. Sin embargo, no se trata del mismo gen que presentan hoy los pelirrojos, lo que sugiere que neandertales y humanos modernos desarrollaron el rasgo independientemente, quizá bajo presiones similares en latitudes septentrionales, donde la escasez de luz solar puede favorecer una piel
más clara, capaz de absorber más luz para fabricar vitamina D. Apenas unas semanas antes, Svante Pääbo, que en la actualidad dirige el laboratorio de genética del Instituto Max Planck de Leipizig, Lalueza-Fox y sus colegas habían anunciado un hallazgo todavía más asombroso: dos individuos de El Sidrón parcelan compartir con los humanos modernos una versión de un gen llamado FOXP2, relacionado con el habla y la capacidad para el lenguaje, que incide no sólo en el cerebro sino también en los nervios que controlan la musculatura facial. No se sabe si los neandertales tenían capacidades lingüísticas avanzadas o una forma más primitiva de comunicación vocal (cantar, por ejemplo), pero los nuevos hallazgos genéticos sugieren que poseían parte del hardware que los humanos modernos
utilizamos para vocalizar.
Pääbo, un sueco alto y jovial, es el principal impulsor de una iniciativa científica de gran alcance: el intento de leer no ya genes aislados, sino la secuencia completa de 3.000 millones de letras del genoma de los neandertales, un proyecto cuyo fin está previsto para este mes. Los vestigios de ADN en los fósiles son casi indetectables, y como el ADN neandertal es muy semejante al de los humanos vivos, uno de los mayores obstáculos para su secuenciación es la constante amenaza de contaminación por ADN humano moderno, especialmente el de los científicos que manipulan los restos. La mayor parte del ADN para el proyecto del genoma de Pääbo procede de un espécimen croata, un fragmento de hueso de la pierna de 38.000 años de antigüedad hallado hace casi 30 en la cueva de Vindija. Considerado poco importante en un principio, estuvo guardado en un cajón en un museo de Zagreb, prácticamente intacto y por tanto incontaminado.


Hoy es una mina de oro para el ADN humano prehistórico, aunque es muy difícil de extraer. En otoño de 2006, Pääbo y sus colegas anunciaron que habían descifrado alrededor de un millón de letras del ADN neandertal. (Al mismo tiempo, otro grupo dirigido por Edward Robín, del Instituto Conjunto del Genoma del Departamento de Energía, en Walnut Creek, California, utilizó ADN suministrado por Pääbo para leer fragmentos del código genético adoptando un enfoque diferente.) El año pasado, ante
las críticas de quienes sostenían que su trabajo adolecía de graves problemas de contaminación, el grupo de Leipzig declaró que habla mejorado su precisión y que había identificado unos 70 millones de letras de ADN: un 2% del total.
«Sabemos que las secuencias de los humanos y los chimpancés coinciden en un 98,7 %, y los neandertales están mucho más cerca de nosotros -dijo Ed Green, director de biomatemáticas del equipo de Pääbo en Leipzig- , por lo que en gran parte de la secuencia no hay diferencias entre neandertales y humanos modernos).» Pero las diferencias (menos del 0,5% de la secuencia) son suficientes para confirmar que los dos linajes empezaron a separarse hace unos 700.000 años. El grupo de Leipzig también logró extraer ADN mitocondrial de dos fósiles de adscripción incierta hallados en Uzbekistán y el sur de Siberia; ambos tenían una firma genética típicamente neandertal. El espécimen de Uzbekistán, un niño, era considerado neandertal desde hacía mucho tiempo, pero el de $iberia fue una sorpresa, y amplió el área de distribución de esta especie unos 2.000 kilómetros al este de su enclave europeo.
Así pues, las nuevas pruebas genéticas parecen confirmar que los neandertales fueron una especie separada de la nuestra, pero al mismo tiempo sugieren que quiza tuvieron un lenguaje humano y que lograron ocupar con éxito una franja de Eurasia mucho mayor de lo que antes se creía, lo que nos devuelve a la sempiterna pregunta que desde el principio los ha acompañado: ¿Por qué desaparecieron?
PARA OBLIGAR A UN FÓSIL de neandertal a que revele sus secretos, podemos medirlo con
calibradores, someterlo a tomografías o tratar de atrapar el fantasma de su código genético. O si disponemos de un tipo de acelerador de partículas llamado sincrotrón, podemos ponerlo en una habitación revestida de plomo y bombardearlo con un haz de rayos X de 50.000 voltios, sin perturbar ni una sola de sus moléculas.
En octubre de 2007, un equipo de científicos se congregó en la Instalación Europea de Radiación
Sincrotrón ( «European Synchrotron Radiaton Facility>>, ESRF), en la localidad francesa  de Grenoble, para asistir a una «convención de mandíbulas>> sin precedentes. El propósito era indagar un asunto crucial en la vida de los neandertales: ¿alcanzaban la madurez sexual a una edad más temprana que los humanos modernos? De ser así, eso pudo tener consecuencias para su desarrollo cerebral, lo cual podría contribuir a explicar por qué desaparecieron. El lugar donde aguardan las respuestas es la estructura profunda de los dientes de los neandertales.
«De joven, no creía que los dientes fueran tan útiles para estudiar la evolución humana reciente»,
dijo Jean-Jacques Hublin, que había acompañado a Grenoble a Tanya Smith, una de sus colegas
del Max Planck. Junto a Paul Tarfforeau, del ESRF, Hublin y Smith se metieron en una estrecha cabina
llena de ordenadores de la instalación (uno de los tres sincrotrones más grandes del mundo, con un anillo de almacenamiento para electrones energéticos de casi un kilómetro de circunferencia) para mirar en la pantalla del monitor cómo atravesaba el haz de rayos X el canino superior derecho de un neandertal adolescente procedente del yacimiento francés de Le Moustier, produciendo lo que probablemente sea la radiografía dental mas detallada de la historia. Mientras, varios de los fósiles más importantes del mundo aguardaban su turno para pasar al sincrotrón: dos mandíbulas de Neandertales preadultos de Krapina, Croacia, con una antigüedad de entre 130.000 y 120.000 años; el llamado cráneo de La Quina, descubierto en Francia y que data de hace entre 75.000 y 40.000 años, y dos especímenesde humanos modernos de hace 90.000 años, con los dientes intactos, hallados en un
abrigo rocoso de Qafzeh, en Israel.
Cuando se obtienen imágenes de alta resolución de los dientes, éstos revelan una compleja serie
tridimensional de líneas de crecimiento diarias (y de ciclos más largos) semejantes a los anillos de los árboles, que junto a las líneas de estrés registran los momentos decisivos en la historia vital de los individuos. El trauma del nacimiento dibuja en el esmalte una línea bien definida de estrés neonatal; del mismo modo, la época del destete y los episodios de privación nutricional u otras presiones ambientales dejan marcas reconocibles en los dientes en desarrollo. <<Los dientes conservan un registro continuado y permanente del crecimiento, desde antes del parto hasta que dejan de crecer al final de la adolescencia >>, me explicó Smith. Los humanos tardamos más en alcanzar la pubertad que los chimpancés, nuestros parientes vivos más cercanos, lo que significa que pasamos más tiempo aprendiendo y desarrollándonos en el contexto del grupo social. Las primeras especies de homininos que vivieron en la sabana africana hace millones de años alcanzaban la madurez rápidamente, más o menos como los chimpancés. ¿Cuándo comenzó, entonces, en la historia evolutiva, la pauta moderna
de desarrollo más prolongado?
Para dar respuesta a este interrogante, Smith, Tafforeau y sus colegas habían utilizado previamente
el sincrotrón con el propósito de .demostrar que un niño humano de una época anterior, hallado en el yacimiento marroquí de Yébellrhoud (con unos 160.000 años de antigüedad), presentaba el patrón de desarrollo de los humanos modernos. En contraste, los «anillos de crecimiento>> observados en el diente de 100.000 años de un neandertal joven descubierto en la cueva de Scladina, en Bélgica, indicaban que el niño tenía ocho años cuando murió y que estaba a punto de alcanzar la pubertad, varios años antes que el humano moderno medio. Si bien el análisis exhaustivo de todos los datos de la «convención de mandibulas» llevarán su tiempo, los resultados preliminares, «coinciden con lo que
vimos en Scladina>>, dijo Smith.
«Sin duda una pubertad más temprana tuvo que afectar a la organización social de los neandertales,
su estrategia de apareamiento y su comportamiento parental - apunta Hublin-. Imagine una sociedad donde los individuos empezaran a reproducirse cuatro años antes que los humanos modernos. Sería una sociedad muy diferente.»
La sociedad neandertal pudo haber diferido en otro aspecto crucial para la supervivencia del grupo: en lo que los expertos llaman buffering cultural, o «plus» cultural. Un buffer cultural es un elemento en el comportamiento de un grupo (una técnica, una forma de organización social, una tradición cultural) que protege las apuestas del grupo en el arriesgado juego de la selección natural. Es como tener una  pequeña reserva de fichas extra en una partida de póquer para no tener que retirarse tan pronto del juego. Por ejemplo, Mary Stiner y Steven Kuhn, de la Universidad de Arizona, sostienen que los primeros humanos modernos salieron de África con el buffer de un planteamiento de la caza y la recolección económicamente eficiente que les aseguraba una dieta más diversificada. Mientras los
hombres cazaban animales grandes, las mujeres y los niños atrapaban animales pequeños y recolectaban vegetales. Stiner y Kuhn piensan que los neandertales no disfrutaron de los beneficios
de una división del trabajo tan clara. Desde el sur de Israel hasta el norte de Alemania, el registro
arqueológico muestra que los neandertales vivían casi exclusivamente de la caza de mamíferos
de tamaño mediano y grande, como caballos, venados, bisontes y uros. Seguramente también consumían vegetales e incluso moluscos y crustáceos cerca del Mediterráneo, pero la falta de piedras de moler y de otros indicios del procesamiento de vegetales es para Stiner y Kuhn la prueba de que este tipo de alimentos eran sólo accesorios en la dieta de los neandertales.
La implacable demanda de calorías, sobre todo en latitudes altas y durante los interludios de clima más frío, probablemente obligó a las mujeres y a los niños neandertales a participar en la caza, un «trabajo duro y peligroso», afirman Stiner y Kuhn, a juzgar por las numerosas fracturas cicatrizadas
que pueden verse en las extremidades superiores y en los cráneos de los neandertales. Los grupos de humanos modernos que llegaron al mismo territorio hacia el final de la era de los neandertales tuvieron otras opciones.
<<Si diversificas la dieta y dispones de personal [para desempeñar tareas diferentes], tienes una fórmula para distribuir el riesgo, y eso, en último término, es beneficioso para las mujeres  embarazadas y los niños -me dijo Stiner-. Si falla una cosa, tienes otra.» Una mujer neandertal debía
de ser fuerte y resistente; pero sin ese buffering cultural, ella y sus hijos debían de encontrarse en situación de desventaja.
De todos los buffers culturales, quizás el más importante baya sido la propia sociedad. Según Erik Trinkaus, la unidad social neandertal debía de ser más o menos del tamaño de una familia extensa. Sin embargo, en los yacimientos más antiguos de humanos modernos en Europa, <<ya vemos signos de grupos más grandes», dijo Trinkaus. El hecho de vivir en un grupo más numeroso tiene repercusiones biológicas y sociales. Los grupos grandes inevitablemente requieren más interacciones sociales, lo que estimula la actividad cerebral durante la infancia y la adolescencia, conlleva una complejidad creciente del lenguaje e, indirectamente, incrementa la esperanza de vida de los miembros del grupo.
La longevidad, a su vez, aumenta la transmisión de conocimientos entre generaciones y crea lo que Chris Stringer denomina una <<cultura de la innovación»: la transmisión de habilidades prácticas de supervivencia y de técnicas para la fabricación de útiles de una generación a la siguiente, y posteriormente entre un grupo y otro.
Fueran cuales fuesen los buffers culturales, es posible que proporcionaran cierta protección contra Las inclementes condiciones climáticas, que según Stringer alcanzaron su peor momento hacia la época de la extinción de los neandertales. Los testigos de hielo indican que desde hace unos 30.000 años hasta el último máximo glacial, hace alrededor de 18.000 años, el clima de la Tierra sufrió fluctuaciones muy pronunciadas, a veces en el espacio de unos pocos decenios.
Unas unidades sociales algo más numerosas, con unos pocos conocimientos más, pudieron dar a los humanos modernos una ventaja decisiva cuando las condiciones se tornaron difíciles. <<La ventaja no debió de ser muy grande - afirmó Stinger-. Obviamente, los neandertales estaban bien adaptados a un clima más frío. Pero creo que la superposición de los cambios climáticos extremos con la competencia de los humanos modernos marcó la diferencia.»
Esto nos lleva a la última, espinosa y «políticamente incorrecta», como le gusta decir a Jean Jacques
Hublin, pregunta que ha atormentado a los estudiosos de los neandertales desde que la teoría del origen africano de la humanidad alcanzó la aceptación general. ¿Fue gradual y pacífica la sustitución por parte de los humanos modernos, o relativamente rápida y hostil?.
<< lo más probable es que la mayoría de los neandertales y humanos modernos vivieran gran parte de sus vidas sin verse unos a otros -dijo Stringer- . Supongo que, ocasionalmente, en las zonas limítrofes, se verían de vez en cuando, de lejos ... Pero lo más probable es que se excluyeran mutuamente del entorno. No digo que evitaran encontrarse, sino que se repelieran.
Sabemos, por investigaciones recientes, que las sociedades de cazadores-recolectores son mucho
menos pacíficas de lo que generalmente se creía.»
EL BIÓLOGO EVOLUTIVO Clive Finlayson, del Museo de Gibraltar, estaba de pie en la entrada
de la cueva de Gorham, un magnífico santuario de piedra caliza abierto al mar en el mismo Peñón. En su interior, fantásticas excrecencias de piedra colgaban del techo de la gigantesca nave. Los distintos estratos de la cueva están sembrados de evidencias de ocupación neandertal desde hace .125.000 años: puntas de lanza y raederas de piedra, piñones chamuscados y restos de antiguas hogueras. Hace dos años, Finlayson y sus colegas determinaron mediante datación por radiocarbono que las brasas de
algunas de aquellas hogueras se apagaron hace apenas 28.000 años, lo que significa que son la última huella conocida dejada por los neandertales en la Tierra.
A partir del polen y los restos de animales, Finlayson ha reconstruido el ambiente tal como era hace entre 50.000 y 30.000 años. En aquella época, una estrecha plataforma costera rodeaba Gibraltar, y el Mediterráneo se encontraba a dos o tres kilómetros de distancia. El paisaje era de sabana con matorrales y estaba perfumado de romero y tomillo, con onduladas dunas arenosas interrumpidas ocasionalmente por un pino o un roble, y matas de espárragos silvestres en las llanuras costeras. Buitres prehistóricos, algunos de tres metros de envergadura alar, anidaban en lo alto del acantilado y escrutaban las dunas en busca de alimento. Finlayson imagina a los neandertales viendo a los buitres volar en circulos y descender, y echando a correr para arrebatarles la comida. Su dieta era sin duda más variada que la del neandertal dependiente de la caza de animales terrestres. En la cueva han aparecido huesos de conejo, caparazones de tortuga y mejillones, así como huesos de delfín y un esqueleto de foca con marcas de cortes. «¡Excepto por el arroz, casi tenemos una paella musteriense», bromeó.
Pero entonces las cosas cambiaron. Cuando los dedos más gélidos de la última glaciación alcanzaron
finalmente el sur de la peninsula Ibérica en una serie de abruptas fluctuaciones hace entre 30.000 y 23.000 años, el paisaje se transformó en una estepa semiárida. En ese nuevo entorno más abierto, es posible que los humanos modernos, más altos y gráciles, instalados en la región con lanzas arrojadizas, tuvieran ventaja sobre los rechonchos y musculosos neandertales. Pero Finlayson sostiene que no fue tanto la llegada de los humanos modernos y los pronunciados cambios climáticos lo que empujó al borde del abismo a los neandertales ibéricos. «Cuando toda la población se reduce a diez individuos,
una racha de tres años de frío intenso, o un corrimiento de tierra, puede ser suficiente», dijo.
La desaparición de los neandertales no fue una larga novela paleoantropológica, sino una colección de breves relatos de extinción, interrelacionados pero independientes. «¿Por qué desaparecieron los neandertales de Mongolia? - preguntó Stringer-. ¿Por qué desaparecieron de Israel, de Italia, de Gibraltar, de Gran Bretaña? La respuesta puede ser diferente en cada lugar, porque los hechos probablemente se produjeron en momentos distintos. Gibraltar fue sin duda uno de los últimos bastiones. Quizás el último, pero no lo sabemos con certeza.»
El desenlace de todas esas historias tuvo un testigo que también dejó su huella en la cueva de Gorham. En un nicho profundo de la caverna, a escasa distancia de la última hoguera neandertal, el equipo de Finlayson halló recientemente varias huellas rojas de manos en la pared, signo inequívoco de que los humanos modernos habían llegado a Gibraltar. El análisis preliminar de los pigmentos indica que las huellas tienen entre 20.300 y 19.500 años de antigüedad. «Es como si estuvieran diciendo: "¡Eh, ahora éste es un mundo nuevo!"», dijo Finlayson.

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